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Del desierto al concreto

paisajes gráficos

El paisaje es de quien lo mira…

Presentamos aquí nueve grabados de nuestro catálogo que se deleitan con paisajes.

Deslizar los ojos por un panorama externo es recorrer nuestra propia geografía interna. Y es que cada paisaje nos conecta con nuestro interior, anhelos y memorias. Así le ocurre también al artista que lo contempla, lo rumia, lo graba con incisiones en una matriz, lo traslada a papel y nos lo ofrenda a nosotr@s: lo que vemos,  nosotr@s como espectadores de las obras de arte, lo vemos a través de sus ojos. Y aun así, nos interpela.

Y es que dicen que la recreación de los paisajes es una manera de estar en el mundo o reclamar el derecho a estar en él. Se dice también que la contemplación de los mismos es una forma de recorrer las veredas de la existencia. Quién sabe. Lo cierto es que hay tantos modos de ver y representar cuantas miradas y maneras de plantarse en la vida. De ahí la gran diversidad de obras, incluso cuando los ojos de los/as artistas (y los nuestros) se posen en un mismo horizonte.

De hecho, los primeros grabados aquí presentes están inspirados en la Reserva de la Biosfera Tehuacán – Cuicatlán, un área natural protegida, de carácter árido, conocida por atesorar la más gran variedad cactácea del país.

La obra de Raúl Herrera retoma en el color la sequedad de la tierra y muestra a un grupo de excursionistas, cual expedicionarios del siglo XIX, que recorren en fila india la zona, subiendo un montículo hacia un monumental cactus tipo candelabro.

Los demás grabados abordan otros paisajes. Fernando Aceves Humana recurre a la técnica del aguatinta junto con la esencia de lavanda para recrear una escena un tanto inquietante donde destaca un cielo inmenso que cubre los dos tercios de la estampa, y la presencia de dos changos que corren inquietos, como si estuvieran huyendo.

Por su lado, el grabado de María Rosa Astorga, como si fuera una toma fotográfica de arriba hacia abajo, destaca la altura y majestuosidad de cactus columnares que se lanzan hacia la bóveda celeste.

 

El paisaje de Cecilio Sánchez, en cambio, se centra en la pata de elefante, una especie sagrada alrededor de la cual se congregan un jaguar y una persona de atributos indígenas.

 

Con una solución estética diferente, Josefa García hace una síntesis del entorno en base a dos elementos formales y cromáticos: un cactus a la izquierda de color verde y, a la derecha, una mancha esgrafiada color carmín como si fuera una tuna apachurrada en el suelo.

Ivonne Kennedy nos traslada, en cambio, a un espacio urbanizado de pequeño caserío a las orillas de un río o de un puerto. Como si fuera una postal o la ilustración de un cuento de ensueño, la artista superpone veleros y casitas con tantas ventanas que parecieran ojos que se encienden y miran en la noche.

“Umbra en el manglar” es el título de la pieza de Mercedes López donde combina elementos de paisajes naturales, como una vegetación exuberante o el cocodrilo, con la presencia de castillos electrosoldados de construcción. Entre ambos, como puente tal vez, se vislumbra una silueta humana.

El heliograbado de Alberto “El Negro” Ibáñez no tiene nada de movimiento presencial. Su belleza radica en lo estático; en lo estático después de la tormenta, cuando las aguas quedan largamente estancadas tras una tarde lluviosa.

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Por último, el grabador Raúl Soruco da lugar, en su experimentación creativa, a un paisaje abstracto que se despliega sobre un fondo gris: un fondo gris que evoca el tono y la textura del concreto urbano, dando paso a un sugerente juego de caminos y veredas.

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