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Curaduría del mes

MIRADAS CRUZADAS

En esta ocasión, presentamos una selección de grabados de nuestro catálogo en torno a los ojos y las miradas.

Si algo bueno nos ha traído la pandemia es el redescubrimiento de los ojos y sus infinitas expresiones. Con el rostro prácticamente velado por el cubrebocas, la mirada se ha constituido en el principal centro de atención y vehículo comunicativo no verbal. Ahora, al hablar, sí miramos directo a los ojos. Es más, ansiosos de humanidad, los buscamos y nos aferramos a ellos.

Y es que los ojos son los que, a través de la mirada, nos conectan con las personas, con el mundo, con sus bellezas y horrores. Son los que, más que otra parte del cuerpo, concentran y expresan la pluralidad de los sentimientos humanos que permean nuestras experiencias de vida. En los ojos se vislumbra la persona que mira y la que es mirada.

¿Cómo miran o cómo nos sentimos mirados/as por los ojos de los personajes que surcan los grabados oaxaqueños? ¿Qué emociones expresan? ¿Cómo se asoman al universo?

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La mujer que se encuentra en el primer plano del grabado de Alejandro Santiago mira desde el desasosiego, como si tuviera una pregunta constante y sin respuesta a flor piel. Pero contradictoriamente, esa inquietud es la que –en vez de frenarla- la impulsa hacia delante y le permite caminar y caminar.

En su retrato sin título, la artista Emi Winter hace uso de la técnica de la punta seca para rayar y trazar de manera circular la matriz hasta delinear un rostro donde sobresalen unos ojos grandes y profundos como si fueran agujeros negros de los que es imposible el retorno. Turbadores, nos miran y nos mecen entre una sonrisa y un misterio inquietante.

No menos perturbador es el gran ojo que, en la litografía del Dr. Lakra, aparece en la esquina de arriba a la derecha. Se trata de un ojo solo, como si fuera el de la conciencia o de la cabalística, que mira hacia arriba, sacando a relucir las verrugas que infestan su párpado inferior. El ojo se asoma por encima de una barda de postes de madera para presenciar la fascinación y a la vez el susto de unos hombres armados para con una aparición femenina desde una hoguera.

Otro ojo, solo, aislado, con una mirada de soslayo sobre el espectador que mira, es el que aparece reflejado en un espejo, abajo, a la izquierda, en la obra de Eddie Martínez. Pareciera que, de hecho, fuera nuestro ojo externo que nos sorprende. Aparte, están los ojos entornados de una mujer que, también, nos interpelan, mientras el tiempo queda marcado por un viejo reloj.

La Costeña, de Saúl Castro, en cambio, mira hacia otro lado. Con pupilas oscuras y pestañas largas, lo ojos de una mujer negra atraviesan el océano en un devenir todavía por descubrir. Se alimenta de peces y pulpos.

Hay quienes atraviesan los mares y hay quienes atraviesan la noche, como los ojos del jaguar de Alberto Aragón Reyes, que emergen de la oscuridad y las estrellas. Son ojos luminosos que destellan profundidad a la vez que enigma, como si guardaran un secreto de antaño.

Oswaldo Ramírez impregna de aires de remembranza los ojos de un hombre de boina dorada, a la vera de una taza de café que no se ve, pero se presupone por el título del grabado. Son ojos tranquilos que trasmiten serenidad, sin sobresaltos de por medio.

Por último, las calaveras de Luis Zárate, como lo hacen todas las calaveras mexicanas, en vez de denotar muerte, expresan vida. En este caso, sus ojos enuncian un asombro, rozando el temor. Pero no pareciera que se tratara de un miedo angustiante, sino más bien de un sentir cruzado por la ingenuidad. Tal vez porque están acuerpadas por las alas de un insecto que, de forma protectora, se yergue en el medio.

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